Paradójicamente, los tres caminos que se utilizan hoy día para alcanzar la felicidad (consumo, tecnología e individualismo) son el causante de la mayoría de los problemas en nuestra era. En este breve artículo periodístico se intentan abordar las principales causas y consecuencias de las adversidades producidas por la supuesta sociedad del bienestar. De forma paralela, se hace una crítica a la situación actual.
Introducción
A pesar de que el desarrollo en las sociedades occidentales es un hecho innegable, los diversos malestares no dejan de aumentar, ¿Cómo es esto posible?
En teoría, el confort material que nos brinda el capitalismo debería remitir nuestros problemas hasta niveles prácticamente residuales, al igual que los avances tecnológicos de las diferentes disciplinas deberían curar enfermedades, reducir la contaminación, mejorar la salud mental y hacernos avanzar como sociedad en términos generales.
Sin embargo, el cáncer se posiciona como la segunda causa de muerte en el mundo, el cambio climático es un problema global de magnitudes incalculables, la salud mental no deja de empeorar y una pandemia ha dado paso a una guerra entre Rusia y Ucrania que ha puesto en jaque al orden mundial. ¿Qué estamos haciendo mal?
Malestar psicológico
Centrándonos en la salud mental, los trastornos mentales no paran de aumentar, tanto en cifra como en incidencia poblacional. Resulta significativo que desde la primera a la última edición del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) el número de trastornos ha pasado de 106 a 216, lo que significa que se reconocen el doble de trastornos que hace 70 años. Esto se debe principalmente a un deterioro en la salud mental, por el cambio en la forma de vida de las últimas décadas, pero también a que la demanda de la población es mucho más exigente, patologizando problemas cotidianos antaño impensables.
La lista podría ser interminable: estrés laboral, crisis de ansiedad, depresiones, duelos que no se superan, niños hiperactivos, fatigas variadas, hipocondrías, disfunciones sexuales, alteraciones de la personalidad, adicciones de todo tipo, trastornos alimenticios, vigorexias, dismorfofobias, aislamientos e inhibiciones sociales, adolescentes problemáticos… Esto se podría denominar como psicopatologización de la existencia, que se produce en paralelo al de la medicalización de la sociedad.
Para cada problema, un fármaco. Para cada fármaco, unos efectos secundarios. Y para los efectos secundarios, otro fármaco que los lidie, convirtiéndose esto en una pescadilla en forma de pastilla que no para de morderse la cola. Esta medicalización protagoniza ejemplos surrealistas como en la población infantil de EEUU, donde hay casos en los que menores combinan antidepresivos, antipsicóticos y ansiolíticos, con todas las consecuencias que esto conlleva.
Consumismo
El consumo es necesario, desde que nacemos. Sin embargo, un consumo excesivo e innecesario puede convertirse en un problema. El consumismo lleva a infelices e insatisfechos a las garras del shopping. Nada perdura, la motivación es exclusivamente extrínseca y la única forma de renovar esa gratificación efímera es volviendo a repetir el proceso. Actúa entonces ese consumismo como un sucedáneo de la vida y la felicidad a la que se aspira, como un paliativo de los deseos frustrados de cada cual. Se trata del consumismo como ansiolítico, como satisfacción compensatoria, como una forma de levantar el ánimo.
Sin embargo, la pesadilla del consumo no solo afecta a los que pueden llevarla a cabo, sino que influye de igual o mayor forma en los que no tienen esa posibilidad, los pobres contemporáneos, los cuales no han parado de aumentar en los últimos años, dejando en evidencia la supuesta sociedad del bienestar cuyo fin es el reparto de la riqueza para asegurar un mínimo de condiciones y ampliando aún más las diferencias entre una clase alta cada vez más rica y una clase media-baja (bajísima) que debe pelear por subsistir. Estos son, generalmente, parados de larga duración, madres que deben de sacar a sus hijos en condiciones de precariedad, jóvenes sin cualificar, gente que vive en barrios marginales… Todos ellos se ven obligados a participar en una cultura individualista y consumista, sin tener los medios para vivir en ella, y cayendo en la más insatisfactoria de las comparaciones, magnificándose esta gracias a las redes sociales.
Los pobres, en su mayoría, han asimilado los valores sociales y, como todos, quieren tener acceso a los signos de distinción, a la moda, al consumo. De ahí esos jóvenes pobres con look, que buscan consumir para salir del desprecio social y de la imagen negativa de sí mismos, comprando ropa de marca para integrarse cuando en su casa quizás no haya ni para pagar la luz, que por cierto supera máximo de coste históricos debido a la dependencia energética que sufrimos por no hacer uso de los recursos energéticos naturales que ofrece este privilegiado país.
Retomando el tema, los jóvenes en riesgo de pobreza, o directamente pobres, se ven atrapados entre dos condiciones: la incitación al consumo y su propia limitación, experimentando un sentimiento de exclusión y frustración que puede llevarlos a comportamientos delictivos, fracaso escolar, crisis vocacionales, ansiedad, abuso de drogas, vandalismo. Los adultos caen con facilidad en la depresión, las crisis de pareja, la intolerancia a la frustración, el deterioro de las relaciones con los hijos, a los que no pueden garantizar, como antes tal vez sucediera, una vida mejor que la suya.
Esta pobreza material se vive como carencia de autonomía y de proyecto, como fracaso personal, fomenta la depresión y la ansiedad, mina la autoestima. El paro, por ejemplo, ya no se vive como un destino de clase, sino como una insuficiencia personal que acarrea autoacusaciones. Se experimenta vergüenza, humillación. En la sociedad del consumo, la precariedad intensifica el trastorno psicológico, la convicción de haber fracasado en la vida.
En que desemboca todo este desastre: adicciones, trastornos mentales, insatisfacción continua, y en el peor de los casos, en el suicidio, lo cual es la causa de muerte no natural más importante de nuestro país, cobrándose el pasado año casi 4.000 vidas (https://diariodelevante.com/noticias-comunidad-valenciana/suicidio-en-espana-principal-causa-de-muerte-no-natural/).
Síntesis del redactor
“Si las vicisitudes del mercado son los jueces que deciden el valor de cada uno, se destruye el sentido de la dignidad y del orgullo” (Fromm, 1947).
Si el capitalismo lleva al desarrollo, y esto, a la sociedad del bienestar ¿Por qué el planeta cada vez es un lugar menos habitable? ¿Por qué la salud mental no deja de verse claramente perjudicada? ¿Por qué la sociedad atraviesa una pandemia para caer en un conflicto armado internacional?
El problema estructural es de tal magnitud que solo me deja paso a la crítica, no a la reconstrucción, ni a las sugerencias de mejora. Quizás peque de negativo o pesimista en las palabras anteriormente expuestas, pero al hablar de consumismo, capitalismo y situación global actual no puedo tratarlo de una forma distinta. La problemática es abordada de forma muy génerica y superficial, quedando temas muy importantes a tratar, y centrándose principalmente en el efecto del consumismo en el individuo a nivel psicológico, aunque sea complicado no irse por las ramas en esta temática.
Idealizar lo que no tienes, infravalorar lo que vives. Insatisfacción continua, sociedad en declive.
Bibliografía
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Cuéllar, D. P. (2017). Subjetividad y psicología en el capitalismo neoliberal. Revista Psicologia Política, 17(40), 589-607.
Grijalba, J. H. C. (2012). CONFIGURACIÓN PSÍQUICA DEL CONSUMISMO: UNA APROXIMACIÓN A LA SOCIEDAD DE CONSUMO DESDE LA PSICOLOGÍA ANALÍTICA DE JUNG. Psicoideas, (1).