Los delitos violentos cometidos por los jóvenes se están convirtiendo en algo cada vez más habitual, según apunta la Fiscalía de Menores de Valencia, que ha apuntado que en los últimos meses se han reproducido los enfrentamientos entre los jóvenes, o entre estos y su progenitores, en algunos casos «de forma gratuita o sin que exista una provocación o una motivación clara»
Consuelo Benavent, fiscal delegada de la sección de menores en la Fiscalía Provincial de Valencia, que se ha hecho eco de estos datos, detalla que los delitos más habituales son delitos contra el patrimonio, los robos con violencia y las lesiones, a diferencia de otras grandes ciudades españolas, donde destacan las peleas entre bandas juveniles.
Por su parte, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado están al tanto de la situación, y realizan campañas de vigilancia para evitar situaciones violentas, aunque esto es de difícil control, puesto que algunas de las agresiones se producen, señala Benavent, «de forma gratuita, con peleas, agresiones con armas blancas y violencia filio-parental».
«Hemos observado también poca tolerancia por parte de algunos menores en situaciones de conflicto. Es decir, que se llega a situaciones límite con mucha rapidez, y cuando intervienen compañeros o amigos es para participar en la pelea y ampliar el conflicto, no para separar o evitar problemas», prosigue Benavent.
Entornos peligrosos
El entorno de los jóvenes, en este caso, juega un papel fundamental, puesto que «el entorno familiar de los menores y los valores que se les inculcan es importante, pero quizá lo es más el entorno de iguales. Los jóvenes, por lo general, son bastante influenciables y sus amistades cercanas suponen un gran condicionante».
Esto es palpable en familias en las que la situación es delicada social y económicamente, donde los delitos cometidos por los jóvenes se reproducen y son más habituales
Por otro lado, esta especialista apunta que el papel de los centros educativos es clave, ya «que tienen responsabilidades en la gestión de estas situaciones», y contribuyen hasta el punto de que «algunos casos se resuelven dentro de cada centro educativo».
Así, apunta que es habitual encontrar ciertas carencias familiares o situaciones de riesgo en el ámbito familiar de los menores con los que trabajan pero «casi más determinante que las familias es el entorno de iguales, junto con los hábitos de consumo de alcohol y drogas».
Respecto al acoso escolar o conflictos que, sin llegar a constituir una situación literal de acoso suponen un problema en el ámbito escolar, Benavent señala que «no está erradicado ni mucho menos», pero «no se observa un repunte».
Las redes sociales como agravante
Sobre las redes sociales, la fiscal señala que constituyen un problema añadido a las relaciones tóxicas en las que intervienen los menores.
«Existe quizá una falsa sensación de impunidad al estar escondido tras una pantalla», señala a Benavent, que de nuevo insiste en que «hay que explicar a los menores las consecuencias de sus actos, algo tan sencillo como el respeto, tratar a los demás como desean ser tratados».
«También debemos mirarnos un poco al espejo los adultos y preguntarnos si los menores están reproduciendo alguna conducta que ven en casa», subraya.
Preguntada por la carga de trabajo en su sección, Benavent lamenta que, pese al incremento de casos y la dificultad de los mismos, la sección sigue contando con los mismos once fiscales con los que contaba hace veintiún años, cuando se puso en marcha.