Alejandro Luengo
Según los estudios historiográficos sobre la Edad del Hierro, las primeras culturas que descubrieron este proceso industrial para el desarrollo de las sociedades se localizan en las regiones de Euro-Asia. No obstante, existe un mito en la cultura de Ruanda sobre unos antiguos reyes que poseían un conocimiento secreto. Según este mito, tenían la capacidad de transformar rocas ordinarias en un hierro liso y reluciente, algo bastante inusual en aquellas regiones. Esta nueva tecnología, provocó que se realizasen nuevas herramientas para cultivar y trabajar el campo y crear nuevas armas más duraderas para derrotar a sus enemigos.
Siglos más tarde, cuando llegaron los primeros europeos a aquella región en el siglo XIX, el hierro se había convertido en poder en el reino de Ruanda. Los reyes de esta dinastía tomaron el yunque y el martillo del herrero como sus insignias reales, y según se ha podido descubrir, uno de sus gobernantes fue sepultado con su cabeza apoyada entre dos yunques de hierro.
Otras sociedades tradicionales narran a través del mito historias de trabajadores del hierro que descendieron del cielo portando esta sabiduría. Las leyendas subrayan la importancia del hierro por cómo estimuló el crecimiento de las sociedades. Esto recuerda en cierta manera a la historia de Wakanda de Marvel Cómics con el vibranium, un tipo de metal indestructible que permitió que esa sociedad ficticia se desarrollase mucho más que otras de su entorno. Y casualmente, la ubicaron cerca de la zona de Ruanda, Uganda y Kenia.
De hecho los arqueólogos se plantean lo siguiente: ¿Alguna cultura extranjera trajo el conocimiento del hierro a África central o fueron los propios africanos los que la inventaron?
Para los euroasiáticos entrar en la Edad del Hierro no tuvo que ser una tarea sencilla ya que era necesario conocer los conocimientos sobre el proceso químico e industrial, y como en todo, había una fase de experimentación de ensayo y error. Los trabajadores del metal debían fundir el mineral a temperaturas muy altas y concretas, para luego martillear y recalentar repetidamente el metal maleable. Según los primeros restos arqueológicos, esa elaboración data entre el 1600 y 1200 a.C.
La idea tradicional sobre la llegada de la metalurgia del hierro en África llegaría desde Euro-Asia por el mediterráneo alcanzando el norte de África en el 750 a.C., sin embargo cruzar el desierto del Sáhara y las regiones centro africanas llegaría tras unos siglos más tarde.
Teniendo esto en cuenta, en 2009 se realizó un paper llamado Seeking Africa’s First Iron Men por la arqueóloga Heather Pringle sobre unos controvertidos hallazgos de un equipo francés de arqueólogos que trabajaron en Oboui (República Centroafricana) cuestionando el modelo tradicional de difusión del hierro. Los restos materiales que se encontraron sugieren que los africanos subsaharianos estaban produciendo hierro desde el 2000 a.C según uno de los miembros del equipo, Philippe Fluzin, un especialista en arqueología y metalurgia de la Universidad Tecnológica de Belfort-Montbeliard (Francia). El equipo descubrió artefactos de forja, escoria, piezas de floración de hierro y dos agujas.
El arqueólogo Augustin F.C. Holl planteó tras los resultados consistentes de las fechas que proporcionaba el radiocarbono, que ante esta situación hay que replantearse cómo son los procesos de evolución de la tecnología porque, ¿cómo es posible que herreros al sur del Sáhara supiesen elaborar herramientas de hierro sin pasar por las edades previas del Cobre o del Bronce?
La incógnita
Sin embargo, otros investigadores plantean serias dudas sobre esos resultados. El arqueometalurgista David Killick de la Universidad de Arizona en Tucson comentó que los artefactos de hierro de Obouig están demasiado bien conservados para las fechas indicadas: «Simplemente no hay forma de que hayan estado sentados en el suelo durante 3800 años de radiocarbono en suelos ácidos y un mar ambiente húmedo como el oeste de la República Centroafricana”.
La idea predominante es que el hierro llegó a África desde el Medio Oriente en lugar de ser creada de manera independiente. Para realizar este proceso, los fundidores africanos debían dominar una <<ecuación invisible>>, colocando el mineral fuera de la vista en un horno de barro de arcilla con una cantidad suficiente de carbón alimentándolo con la cantidad justa de aire para la combustión.
La Teoría de la Difusión es la transmisión del conocimiento del hierro de Euro-asia a África, y solo las sociedades que poseían siglos de experiencia trabajando el cobre, como los anatolios, habrían tenido suficiente conocimiento para comenzar a experimentar con el hierro. Los datos arqueológicos sobre el trabajo inicial del hierro en el norte de África son en principio difusos e irregulares, pero la evidencia actual sugiere que los comerciantes fenicios llevaron la tecnología a su colonia de Cartago en el norte de África alrededor del año 750 a.C. Otros exploradores trajeron esta tecnología en el Antiguo Egipto, donde ya poseían el cobre, en el año 660 a.C. El Reino de Nubia, localizado al sur de Egipto, poseía el bronce y comenzó a fundir el hierro entre el año 800 y 500 a. C.
En la misma región de Nubia, en la ciudad de Meroe, los trabajadores crearon una industria del hierro que el escritor británico Archibald Sayce lo denominó como “el Birmingham de África”, porque al igual que la ciudad inglesa, el hierro era la principal fuente de producción en aquella época. Meroe producía entre 5 y 20 toneladas de metal anualmente para armas, herramientas y otros elementos cotidianos. Desde el norte de África, se pensaba que la tecnología cruzó el desierto del Sáhara alrededor del año 500 a.C. y se extendió hacia el sur del continente a rincones donde el bronce y el cobre no formaban parte de la tradición de la metalurgia.
No obstante, varios arqueólogos franceses y belgas han señalado desde 1960 que hay evidencias en Níger, Ruanda y Burundi que sugieren que los africanos desarrollaron el hierro de manera independiente desde el 3600 a.C. Esta vía de investigación que rompía con lo establecido fue fuertemente criticada.
En 2005 el académico Stanley Alpern pensó que los investigadores franceses habían caído bajo la influencia del nacionalismo africano y el orgullo. Pero esta crítica fue persuadida porque muchos investigadores franceses sostenían que la evidencia más temprana para la herrería en la África subsahariana provenía de lugares cuidadosamente excavados entre el 800-400 a.C como lo que se encontró en Walalde (Senegal). Allí una compleja sociedad de pastores y especialistas en la artesanía desarrollaron un sistema de comercio que utilizaba barras de hierro para el intercambio económico.
Sin embargo, los partidarios franceses descartaron tales acusaciones comprometidos con el modelo de difusión. Tras esto hubo una encrucijada: muchos africanistas francófonos dejaron de asistir a las reuniones anglófonas y compartieron informalmente los resultados de sus investigaciones. «Hay un tabú allí», dijo el arqueólogo Augustin F.C. Holl. «La gente simplemente tiene esta idea de que la tecnología del hierro en el África subsahariana tiene que ser posterior a 500 a. C., y cuando es más temprano que eso, comienzan a buscar explicaciones alternativas». La polémica cambiaría cuando en 2008 los investigadores anglófonos se enteraron de que un equipo francés dirigido por el arqueólogo Etienne Zangato de la Universidad de París Nanterre había publicado la monografía Oboui un año antes con nuevas pruebas sobre la antigua herrería africana.
La fragua de Oboui
Los datos proporcionados por el arqueólogo Etienne Zangato provienen de Oboui, un lugar donde ha pervivido durante milenios una cultura de trabajadores de los horticultores y pescadores. En el 800 a.C la gente de la región estaba erigiendo megalitos y enterrando a personas ilustres de su población en impresionantes tumbas.
Zangato comenzó las excavaciones en el sitio después de una violenta tormenta que azotó el lugar en 1992 barriendo parte de los sedimentos y dejando al descubierto una capa de objetos metálicos, fragmentos de cerámicas y herramientas de piedra. El arqueólogo pasó varios años haciendo estudios de campo abriendo más de 800 metros cuadrados recuperando así 339 artefactos de piedra y una gran cantidad de pruebas de herrería: una forja de herrero, que consiste en un horno forrado de arcilla, un yunque de piedra y parte de una olla de cerámica que probablemente servía para contener el agua para enfriar y templar el hierro al rojo vivo. Además encontraron hoyos de almacenamiento de carbón, 1450 piezas de escoria, 181 piezas de hierro florecido y 280 bultos pequeños de hierro y objetos, incluidas dos agujas.
El examen microscópico de láminas delgadas que realizó Philippe Fluzin de las muestras de hierro recolectadas cerca del yunque demuestra que las personas de Oboui purificaron la floración calentando y amasando repetidamente. Algunos terrones contenían tanto como el 85% de hierro y revelaron rastros visibles de martilleo como las deformaciones causadas por la trituración bajo el microscopio. “Es innegable que estas muestras corresponden a la metalurgia, ya bastante avanzada, de fragmentos de crisol”, concluye Fluzin. Los estudios comparativos de minerales que realizó sugieren que la fuente más probable era una antigua mina ubicada a 12 kilómetros de distancia.
Por consiguiente, para fechar el sitio se tomaron siete muestras de carbón dentro y fuera del horno. Fueron datados por radiocarbono por Jean Francois Saliege en el Laboratorio de Oceanografía Dinámica y Climatología en la Universidad de París VI entre el 2300 y 1900 a.C.E.-mucho antes de que los anatolios estuvieran trabajando el hierro.
Las fechas aunque sean tempranas encajan bien con un nuevo patrón emergente. Las excavaciones que dirigió Zangato entre 1989 y 2000 en los tres sitios cercanos de Balimbe, Betume y Bouboun (lugares cercanos de Gbabiri en la República Centroafricana) descubrieron capas que contenían restos de hierro, dice. Esas capas fueron fechadas por radiocarbono por Zangato, Saliege, y Magloire Mandeng-Yogo del Institute of Research for Development en Bondy (Francia), entre 1612 y 2135 a.C.E. en Balimbe y Bouboun, y en algún momento entre 2930 y 3490 a.C.E. en Betume. «Ya no hay ninguna razón para aferrarse a la teoría difusionista de la metalurgia del hierro en África. Creo cada vez más en el desarrollo local de la tecnología «, dice Zangato. Aunque el ya mencionado David Killick y otros investigadores como Bernard Clist no están muy convencidos de las fechas, aseguran que la fragua es real porque las estructuras están bien delimitadas.